viernes, 9 de octubre de 2020

¿Qué es el derecho indígena?

Podemos encontrar infinidad de conceptos, creencias y definiciones en libros jurídicos y no jurídicos. Muchas de ellas muy completas. Claro ejemplo es la siguiente: El derecho indígena es el conjunto de concepciones y prácticas consuetudinarias, orales, que organizan la vida interna de los pueblos originarios, es decir, aquellos que padecieron un proceso de conquista, cuya existencia es anterior a la del Estado mexicano surgido en el siglo XIX, y conservan, parcial o totalmente, sus instituciones políticas, sociales, jurídicas y culturales. Definición que encumbra la experiencia de un jurista como Jorge Alberto Gonzalez Galvan. 

 

Pensé entonces en construir una definición propia. Nada sencillo. Papel, pluma y una revuelta de ideas me hicieron pronto alcanzar el objetivo. Después de realizar las correcciones necesarias me dispuse a leerla:

 

El derecho indígena es identidad, porque ante el espejo se refleja la fuerza de nuestras almas nativas. 

El derecho indígena es respeto, hacia ellos, hacia nosotros y hacia los muchos que luchan por un mundo mejor. 

El derecho indígena es humildad, para aceptar nuestras diferencias y asumir que somos parte de una misma sociedad. 

Pero sobre todo el derecho indígena es libertad, para darnos la mano y sentir orgullo de nuestra descendencia indígena.

 

Lo interesante del derecho indígena no son las palabras que componen su definición, sino el propósito que guardan: Respeto, justicia y dignidad. Así entonces, cuando alguien pregunte ¿Qué es el derecho indígena? Si acaso olvidamos la enorme definición de Jorge Alberto Gonzalez, podemos responder: Respeto, justicia y dignidad. 



Alberto Cebada

lunes, 14 de septiembre de 2020

Caso #2 Francisco / ¿Despojo?

Apenas levanté el teléfono y dos llamadas perdidas me pusieron en alerta. Tiempo atrás había acudido a un lejano pueblo a dar una breve plática sobre derechos humanos y, en efecto, los primeros dígitos coincidían con la clave lada de aquel rumbo. 

 

Previo a devolver la llamada, vino a mi mente la imagen de Francisco, un señor de setenta y cinco años, delgado y con arrugas suficientes para confesar una larga vida de arduo trabajo de campo. Tenía problemas con su casa, me dijo, la había construido desde hacía más de cuarenta años pero en fechas recientes un hombre barbudo, de ancha espalda y abultada cartera había colocado, a la brava, una reja en la calle que servía de entrada para su terreno.

 

–Más vale que te salgas o te voy a denunciar, bien sabes que tu predio estorba para el desarrollo habitacional que pienso hacer– dice que le gritó el hombre barbudo una vez acabó de colocar el candado en la reja.

 

El teléfono sonaba sin que alguien contestara, volví a intentarlo, y luego otra vez, hasta que una voz cansada por fin atendió. Pasado el saludo, dos palabras bastaron para conocer su desesperación:


 –Necesito ayuda–


Luego continuó diciéndome –Ayer llegaron a la casa dos hombres que dijeron ser policías, me enseñaron un documento el cual no entendía nada pero que en grande decía una palabra, DESPOJO, entonces amenazaron con darme quince días para que me saliera o de lo contrario vendrían por mí para meterme a la cárcel–.

 

Gramaticalmente despojo quiere decir “privar a uno de lo que goza y tiene”. El despojo es un delito, sí, regulado incluso por el artículo 184 del Código Penal de Morelos y cuya sanción alcanza hasta los diez años de prisión. En esencia te sancionan POR OCUPAR UNA PROPIEDAD QUE NO TE PERTENECE.

 

Pero claro tenemos que el despojo no se acredita ante la posesión quieta y pacífica que ejerce una persona sobre un inmueble.

 

–¿Lleva usted habitando el predio desde hace cuarenta años verdad?–

–¿Tiene usted la cesión de derechos cierto?–

 –No se preocupe entonces– le dije tratando de calmar su corazón.

 

La intimidación hacía personas de escasos recursos es muy común, aprovechan su desconocimiento y casi nula posibilidad de contratar un abogado para abusar de ello. Francisco nunca ha cometido el delito de despojo, cuarenta años de posesión lo respaldan y claro está que la denuncia penal es una argucia para quitarle su casa.


¿Piensa usted lo mismo?

¿La autoridad pensará lo mismo?

 

 

Alberto Cebada

lunes, 24 de febrero de 2020

El camino de la esperanza / Derecho indígena

Aquella mañana de abril proponía ser una jornada calurosa en la universidad. El auditorio estaba repleto, en su mayoría, alumnos de la licenciatura en derecho. La atención estaba fija en la ponente, una mujer de rasgos indígenas que debía rebasar los cincuenta años de edad. Vestía un largo atuendo blanco que no solo expresaba su honestidad sino también descubría la sinceridad de su mirada. Mientras leían su currículo, noté que la ponente se arreglaba el cabello, como tratando de disimular el nervio que provoca la mirada estudiantil. Pero recién se puso en pie, me sorprendió la seguridad con la que transmitía sus palabras; y es que cargaban el arrebato propio de quien desea hacer las cosas diferentes.

Si para una persona que habla y entiende el español es un verdadero tormento acudir a la fiscalía a presentar una denuncia, o en su caso, hacerle frente a un procedimiento judicial, ahora imaginemos lo complicado que resulta acceder a lo que llamamos justicia para una persona que NO habla y por ende NO entiende el español.

Luego, con la mirada enclavada en el auditorio, pero con la mente puesta en cada una de las comunidades indígenas de nuestro país, dijo con severa energía:

La lucha histórica por los derechos de los pueblos y comunidades indígenas ha sido compleja. Y hoy pienso que, antes de todo, debemos pedirles perdón. Y no solo uno, sino muchos perdones por la aguda y dolorosa historia que han sufrido. 

Su mensaje era convincente, estremecedor, tanto que no hubo estudiante que parpadeara durante el tiempo que duró su intervención. Se dedicaron a escucharla, quizá, como pocas veces lo habían hecho antes. Yo hice lo mismo, cuando me di cuenta, había olvidado también parpadear. 

Llegaron las preguntas finales, que en ocasiones suele ser el momento más estresante para cualquier ponente. Un estudiante de tercer semestre, levantó la mano y al instante le fue llevado el micrófono. Suspiró dos veces y con una voz temblorosa preguntó:

El catorce de agosto de 2001 se publicó en el Diario Oficial de la Federación la Reforma Constitucional en Materia Indígena ¿Acaso ello no es una política tendiente a fortalecer el derecho indígena?

La mujer volvió a acomodarse el cabello ante la pregunta del joven estudiante, pero esta vez no había una pizca de nerviosismo, más bien el sello de quien conoce la realidad de los pueblos indígenas. Una realidad que, claro está, es muy distinta a la mía, a la del estudiante y a la de un gran número de mexicanos. Aguardó unos segundos en silencio, luego todos en el auditorio observamos como la mujer sonrió con desencanto antes de dar respuesta a la interrogante. 

Se escucha muy bien la ley, más aún, es hermosa. Me enorgullece saber que el Estado reconoce la cultura indígena y que somos una sociedad pluricultiural. Es una muy buena inquietud abogado ¿Va usted usted en los primeros semestres verdad? Pregunta retórica que hizo temblar al estudiante. 

La realidad, continuaba diciendo la ponente, está muy lejos de un texto normativo. Y es que en México la mayoría de los indígenas que son parte de un juicio, están condenados a enfrentarlo sin entender nada. Saber solo las palabras SI y NO le ha costado a miles de indígenas ser encarcelados injustamente.

La ponente no dudó en apoyarse de datos duros, solo el quince por ciento de los indígenas sometidos a un procedimiento judicial han sido favorecidos con la ayuda de un abogado que conozca su lengua y costumbres, no obstante ser un derecho consagrado en las leyes ¡Solo el quince por ciento! Reiteró con fuerza. Y así continuó citando cifras que de solo imaginarlas me hicieron sentir escalofrío. Luego hizo incapié en la marca que deja la discriminación en una persona, peor que la de un látigo, dijo. Su respuesta parecía ser infinita, pero decidió concluirla con una contundente tregua los indígenas son culturas vivas y como mexicanos debemos sentirnos orgullosos de nuestra multiculturalidad. La diversidad nos engrandece. Apreciar esas diferencias nos ayudará a construir un mejor país. Debemos confiar en el valor del respeto, solo así podremos solucionar los graves conflictos que tenemos como sociedad.

Los estudiantes se pusieron de pie y comenzaron a aplaudirle de tal manera que el tiempo para hacer otra pregunta se agotó. La ponente, en gesto de humilde agradecimiento, se sonrojó. Fue un encuentro que trazó el camino de la esperanza para todos los que tuvimos el privilegio de escucharla. Estoy seguro que no hubo estudiante que dejara el auditorio sin antes haber realizado un dialogo consigo mismo, conscientes de la realidad que habían escuchado.

Antes de salir, me percaté que el joven estudiante había olvidado sus notas. Al levantarla vi que en la parte inferior de la hoja, con letras mayúsculas, estaba escrita una segunda pregunta. 

¿Por qué nos hacemos sordos ante el clamor de los pueblos indígenas?   

Llevo tiempo tratando de responderla, pero es fecha que no he conseguido hacerlo. 

Alberto Cebada

viernes, 14 de febrero de 2020

Caso#1 Moisés/ acerca de la impotencia.

Caso# 1 / Moisés.

Acerca de la impotencia.

Cuando me saludó, pude notar que sus manos estaban pintadas de verde. Moisés me había contactado días antes con la firme esperanza de que no fuera demasiado tarde. Soy cortador de caña, me dijo al saludarme. De su gastada mochila sacó un fajo de copias tan grande como su necesidad de ayuda. Me explicaba con palabras cortantes y llenas de incertidumbre que había perdido todas sus tierras; no supo decirme más. Y es que en efecto, un Tribunal Agrario fallaba en su contra aduciendo que las cinco hectáreas que tiempo atrás fueron de Moisés pasaban ahora a nombre de otra persona. Aún queda una esperanza, la última, el amparo, pensé en silencio al terminar de leer los papeles y observaba los ojos caídos de aquel hombre de facciones reacias que me hizo recordar a mi abuelo. 

Caminamos juntos a los juzgados federales portando una misma ilusión: que el amparo directo aún no estuviera resuelto.

Al llegar, miraron a Moisés con el clásico desdén de quien no lleva un traje y una corbata bien puesta. Le hicieron dos revisiones, cuando a las personas que ingresaron antes que nosotros con una bastaba. Tuve yo que registrarlo ya que nervioso me dijo que no sabía leer y escribir. Las pequeñas letras postradas en la pared nos indicaban que habíamos llegado al Primer Tribunal Colegiado. 

Cheque entonces nervioso las listas como si fuera la primera vez que acudía a un Tribunal. Luego pedí el amparo y al terminar de leer la última hoja un escalofrío recorrió mi cuerpo. 

La justicia de la unión NO ampara a MOISES.

¿Qué puedes hacer ante una imagen como esa? Moisés tenía los documentos de sus tierras, pero no pudo exhibirlos en el juicio agrario por razones que hoy no entiendo y que, de solo pensarlas, me llena de impotencia.

Motivos me sobran para que el proyecto Di Nisi Ndukue siga caminando. Hoy fue tarde para Moisés, pero seguro mañana no habrá de serlo para quien lo necesite. La falta de asesoría jurídica es una realidad que aniquila los derechos de las comunidades indígenas. No podemos cambiar de tajo esa realidad, pero si aportar un pequeño grano de arena. Uno que haga de este mundo, un mundo mejor para ellos, nuestros indígenas.

Moisés firmó la salida del juzgado con sus manos pintadas de verde y me invitó un taco acorazado en agradecimiento, el cual disfruté como si nunca antes hubiera probado uno. 

Alberto Cebada